La victoria americana y
soviética de 1945 puso fin a los conflictos entre naciones europeas. La amenaza
de los adversarios y de los peligros comunes, una evidente solidaridad de
destino en los buenos y malos días, intereses similares han desarrollado el sentimiento
de unidad.
Este sentimiento se ve
confirmado por la razón. La unidad es indispensable para el futuro de las
Naciones Europeas. Han perdido la supremacía de la cantidad; unidad
reencontrarían la de la civilización, el genio creador, el poder organizativo y
la potencia económica. Divididas, sus territorios están consagrados a la
invasión y sus ejércitos a la derrota; unidas constituirían una fuerza
invencible.
Aisladas, se convertirán en
satélites, con la certeza de caer, como ya parte de ellas ha caído bajo el
dominio soviético[1]. La civilización europea
sería sistemáticamente combatida y se pondría punto final a la evolución de la
humanidad. Unidas tendrán, por el contrario, los medios para imponerse y
asegurar su misión civilizadora.
La unidad no puede ser la
extensión de los organismos financieros y políticos creados en la posguerra.
Tiene por fin extender el poder intencional de la tecnocracia que controla
todos los mecanismos. y preservar los privilegios políticos económicos que se
disimulan detrás de los anuncios de la democracia. Esas instituciones aportan
desde ahora a escala europea y multiplicada los vicios y consignas engendrados
por el régimen en cada una de las naciones. En nombre de Europa, el desarrollo
de esas instituciones acelera la decadencia.
Unidad no puede significar
nivelación. La uniformidad y el cosmopolitismo destruirían Europa. Su unidad se
edificará en torno a las realidades nacionales que cada pueblo decide defender:
comunidad histórica, cultural original, raíces. Querer limitar Europa a la
influencia latina, o la germánica, sería mantener la división, incluso
desarrollar una nueva hostilidad. Pero sobre todo, sería negar la realidad
europea concretada por Roma y la Edad Media en una fusión de sus dos
corrientes: continental y mediterránea.
Imaginar Europa bajo la
hegemonía de una Nación sería recomenzar un sueño sangriento del que la
historia lleva aún marcas recientes; la diversidad de lenguas y orígenes no es
un obstáculo; numerosos estados son multilingües y el Imperio Romano, que
edificó la primera unidad europea en el respeto a los pueblos reunidos y sus
culturas, se dieron emperadores nacidos tanto en Roma como en la Galia, Iliria
o España.
Europa no se limita a la
frontera artificial del telón de acero impuesto por los vencedores de 1945[2].
Engloba la totalidad de las naciones y pueblos europeos. Pensar en la unidad
es, ante todo, pensar en la liberación de todas las naciones cautivas, de
Ucrania a Alemania. El destino de Europa está en el Este; romper las cadenas,
abatir la tiranía soviética, rechazar la marea asiática.
Fuera del bloque continental
europeo, los pueblos y estados que pertenecen a su civilización forman
Occidente. Europa es su alma. Su solidaridad completa se afirmará sobre todo
con los centros occidentales de África. Esas posiciones son las bases de una
nueva organización del continente africano, cuya suerte está ligada a la de
Europa.
En la construcción europea,
los pueblos subdesarrollados encontrarán un ejemplo y soluciones a sus propias
dificultades. No es limosna lo que necesitan sino organización. Europa posee un
cuerpo incomparable de cuadros especializados en cuestiones de ultramar.
Ninguna potencia podrá rivalizar con el talento organizativo de esos cuadros
respaldados por el despertar del dinamismo europeo. Sacarán a esos pueblos de
la miseria y la anarquía, los aproximarán a Occidente.
No serán los acuerdos
económicos los que unirán Europa, sino la adhesión de sus pueblos al
Nacionalismo. Obstáculos que parecen insuperables son debidos a las estructuras
democráticas. Una vez barrido el régimen, estos falsos problemas desaparecerán
por si mismos. Es pues evidente que sin revolución no hay unidad europea
posible.
El triunfo de la revolución
en una Nación de Europa -y Francia es la única que reúne las condiciones
requeridas- permitirá una rápida expansión a otras naciones. La unidad de dos
naciones desembarazas del régimen desarrollará tal fuerza de seducción, tal
dinamismo que los dos viejos sistemas, el telón de acero y las fronteras se
hundirán. La primera etapa de la unidad será política y creará de forma evolutiva
un solo Estado colegiado. La seguirán otras etapas, militares y económicas. Los
movimientos nacionalistas de Europa serán los agentes de esa unidad y el núcleo
del futuro orden.
Así la Joven Europa, fundada
sobre una misma civilización, un mismo espacio, y un mismo destino, será el
centro activo de Occidente y el orden mundial. La juventud de Europa tendrá
nuevas catedrales por construir y un nuevo imperio que edificar.
Extraído por CET de "¿Qué
es el nacionalismo?".
[1]
Debemos recordar que el texto fue escrito en 1962. Sin embargo, el actual
contexto que atraviesa Europa es muy similar, debatiéndose entre Estados Unidos
por un lado y los nuevos centros de poder en Asía-Pacífico por el otro.
[2]
En la actualidad atravesamos una situación similar, tal y como evidencian las
relaciones bilaterales entre la Unión Europea y la Federación Rusa, y la
pretensión de incluir a la República de Turquía como Estado miembro.
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