Armin Mohler definió a los “nacional revolucionarios” como uno de los cinco grupos principales de una revolución conservadora[1] que sin embargo ni tan siquiera tuvo lugar con ese nombre en su origen. En su tiempo, el término usado fue el de “nuevos nacionalistas”[2], que fue substituido por Armin Mohler precisamente por lo inoportuno de dicho término en el período de la posguerra y del proceso de desnazificación en Alemania. Pero los nacional revolucionarios de los años veinte y treinta probablemente hubieran protestado con fuerza si a alguien se le hubiera ocurrido definirles como “revolucionarios conservadores” en su tiempo.
Partiendo
de los prototipos históricos, ¿Qué significa actualmente ser “nacional
revolucionario”?
Fundamentalmente,
los denominados nacional revolucionarios parecen ir desde la premisa de que
ante una determinada situación política, el bien colectivo del pueblo sólo
puede ser salvado cuando una revolución supera la situación reinante y la
invierte. Un comportamiento revolucionario consiste básicamente en la voluntad
de cambiar una relación de poderes. Por “relación de poderes”[3]
no entendemos al partido político o la personalidad de turno en la función
competente del Estado, sino a la totalidad del sistema en sí.
Un
auténtico nacional revolucionario, que no haya instrumentalizado el concepto de
nacional revolucionario como marca de diseño “chic”, no puede ser nunca leal al
orden político que exista, sea cual sea éste. En el momento en que así lo
hiciera dejaría automáticamente de ser “revolucionario”.
Esto
tampoco tendría ninguna importancia, pues “revolucionario” no es ninguna meta
en sí. En un Estado que fuera útil a los intereses colectivos del pueblo, un
nacional revolucionario dejaría de tener sentido y, abandonando su hábito de
revolucionario, se integraría en la sociedad como un ciudadano más. Es aquí
donde queda claro que la definición de “nacional revolucionario” no puede de ningún
modo existir sin estar ligado a una teoría política. La cuestión sobre el estado en la época de la ausencia de un Estado nacional y soberano, es el punto
angular de todo nacionalrevolucionario.
Pero
si el motivo del nacionalrevolucionario se centrara exclusivamente en el cambio
de la relación de poderes, entonces todo lo que se enfrentara al sistema de
gobierno actual quedaría incluido en su definición. Una democracia directa, un
sistema feudal medieval, un gobierno aristocrático, una dictadura comunista o
una dictadura nacionalsocialista podrían ser, entre muchas otras, consideradas
como tal. Además, una dictadura de partido único sin más, incluso una que fuera
nacionalsocialista, sería en la actualidad, ya que vivimos en una dictadura
multipartidista, únicamente una alternativa ilusoria frente al sistema liberal
capitalista que actualmente existe, ya que únicamente sustituiríamos a una
dictadura plural por otra singular. Si dependiera del autor de estas líneas, el
Estado Nacional ideal sería aquel que estuviera fundamentado a partir de una
mezcla de elementos democráticos, aristocráticos, presidencialistas y gremiales[4].
“Revolución Nacional” e Idea del Estado
vienen por lo tanto juntos. No existe revolución sin una clara idea de aquello
que se desea alcanzar. El nacional revolucionario alemán más conocido, Ernst
Niekisch, fue por ejemplo un abogado del Estado Nacional (Prusiano). Ya en
1918, antes de que la Primera Guerra Mundial finalizara, Niekisch, en su
artículo “el Pueblo alemán y su Estado” diría que “el destino del Estado es el
destino del pueblo[5]”.
Niekisch
fundamente esto a partir de la lógica de la historia alemana (y compartida de
un modo u otro por todos los pueblos de la tierra) en la que él ve una
dialéctica entre lo particular y lo universal, entre lo individual, esencial,
particular y limitado y lo general, colectivo, informe y global del “alma
alemana”. Una dialéctica que para él era la que mantenía la historia del pueblo
alemán en movimiento.
Entre
el individualismo liberal y el universalismo cristiano romano no pudieron los
alemanes encontrar su Estado por mucho tiempo – hasta que Prusia cambió este
hecho. Entonces pudo por fin Alemania, atravesar la idea de Estado prusiano,
encontrar por un tiempo su justo lugar entre las grandes potencias mundiales.
Esto es importante, ya que según las enseñanzas de Niekisch, los Estados se
comportan como “individuos vivientes” en la esfera internacional, “ellos actúan
igual que seres orgánicos que persiguen objetivos, que tratan con los que les
rodean, que sufren un destino y que desean un reconocimiento”, en los que la
única ley válida es la “voluntad vital” de cada uno de ellos.
Actualmente
hay anarquistas que consideran que el Estado Nacional es cosa de la burguesía
desde el siglo XIX. Frente a ello, Niekisch ya dijo clara en el 1925 en la revista socialdemócrata “Firn” la conexión
que, tanto entonces como actualmente, existe entre la idea de protección
colectiva del Estado y los intereses socialistas del trabajador. En su obra “El
camino del trabajador hacia el Estado” exigió al SPD (los socialdemócratas) que
encarnara el espíritu de resistencia del pueblo alemán frente al “imperialismo
occidental”. Aquello significó la renuncia a la doctrina marxista del Estado de
clases y el retorno a Lassalle: O caer en la insignificancia de negar la idea
del Estado o apostar claramente por hacer de él el órgano más hábil y óptimo
posible. En este sentido los nacional revolucionarios sólo deberían dar la
vuelta al lema socialista de “compañero apátrida”, el cual además es
actualmente aliado inconsciente del Gran Capital en su intención de eliminar
Estados y patrias para convertirse en fuerza incontestable en un “mundo
global”. Ya Niekisch vio que la idea del Estado había sido traicionada tanto
por las élites conservadoras como por la burguesía liberal y es por ello que él
asignó al proletariado la labor de construir el verdadero Estado alemán. En su
obra “El espacio político de la resistencia alemana” escribió: “Desde 1918 en
Alemania las cosas llevan hacia un punto en el que las necesidades vitales del
Estado caen en irreconciliable contradicción con las necesidades vitales de la
sociedad burguesa, y en el que uno ya sólo puede escoger por el Estado o por la
sociedad burguesa. Desde entonces sólo existen los burgueses o los alemanes, la
idea de un burgués alemán se ha convertido en una contradicción sin esperanza.
Una política burguesa alemana es fundamentalmente imposible; ella tendría
necesariamente que traicionar a Alemania. Sobre los principios de la
autoconservación, el burgués alemán tiene que ser paneuropeo; para poder seguir
existiendo, la burguesía alemana debe incorporar a Alemania en Paneuropa.
Sociedad burguesa, cultura occidental y tratado de Versalles son, desde 1918,
distintos rostros de un mismo hecho: la esclavización de Alemania y el saqueo
tributario de su pueblo. Una política alemana que quiera ser justa con las
necesidades vitales de su pueblo sólo puede ser antiburguesa, anticapitalista y
antioccidental; si no es así, entonces seguiremos siempre en manos de Francia”.
Uno
sólo tendría que cambiar Versalles por Maastrich, Paneuropa por Unión Europea y
Francia por Estados Unidos y Niekisch seguiría siendo tan actual como entonces.
Y del mismo modo que también es actualidad su posición sobre el Estado en la
época de la Globalización, que no es otra que la del proceso de eliminación del
Estado Nacional. Todo lo demás, todo aquello que por extensión viene unido a la
globalización, no son más que consecuencias de ello. La explotación abusiva del
ecosistema, la pobreza social, el imperialismo económico y cultural de Estados
Unidos y la incoherente lucha global partisana contra ello significan una sola
cosa: La incapacidad de los Estados Nacionales frente a los abusos de la Pax
Americana. Quien realmente quiera ayudar a los pueblos en su lucha contra el
imperialismo americano, deberá abogar por Estados que se puedan defender por lo
económico, mediante aranceles ante la economía globalizada y por lo militar,
cuando como consecuencia quiera el “Tio Sam” romper la puerta mientras diga
“democracia y derechos humanos” pero de hecho piense “apertura de mercados y
materias primas”.
En
su obra de 1925 “Política revolucionaria”,Ernst
Niekisch pensó que “la política alemana, si quiere ser por un lado alemana y
por el otro política, no puede tener ninguna otra meta que no sea la
recuperación de la verdadera independencia alemana, la liberación de las
ataduras impuestas y la reconquista de su lugar en el Mundo”. Esta “recuperación
de la independencia alemana” es instruida a partir de la idea del Estado. Así
lo expresaría Niekisch en 1931 en su composición “La ley de Postdam” por la
“idea dominante prusiana”, la cual contenía para él las reglas de orden para Alemania.
En este sentido, el estado soberano es en la actualidad el polo opuesto a la
globalización. Donde el bien colectivo – por delante de todo el del estado
social y medioambiental – tiene su lugar, donde cada vez más izquierdistas
críticos antiglobalización, como el sociólogo Pierre Bourdieu, acaban llegando.
El
que actualmente niega el Estado Nacional de un modo total ha renunciado a la
auténtica autodeterminación de los pueblos como meta política y se ha
abandonado al torbellino de la globalización. Simples adhesiones a cuestiones
como la “democracia directa”, “regionalismo”, “autodeterminación” y “justicia
social” – siempre tras el lema de “pensamiento global, acción local” – no
cambian absolutamente nada, bien al contrario. Si sirve para algo, es
únicamente para tranquilizar a una conciencia que en esencia es conformista con
el sistema. Quien no cuestione o ponga en duda desde la base mas fundamental
que al actual sistema, de incapacitación mundial de los pueblos como estados,
es que en realidad ya pertenece a la realidad de la América global, sus
“valores occidentales” y a su cada vez mas monopolizadora civilización mundial.
Precisamente
la democracia directa en la comunidad según el principio de subsidiareidad y
regional, tal y como exigen los teóricos desde Alain de Benoist hasta Henning
Eichberg, no podrían realizarse sin estos representantes y sus instituciones
(Estados Nacionales). El tamaño de un Estado no tiene ninguna importancia: si
todos los franceses desean seguir siendo franceses o si los bretones, vascos o
corsos desean separarse de ellos y constituir sus propios Estados Nacionales no
modifica en absoluto este principio del Estado Nacional. Quien señale a esto
como regionalismo, discrimina semánticamente el nacionalismo legítimo de los
pueblos oprimidos y traiciona el principio más básico de todo de “un pueblo –
un Estado”.
¿Qué temas y qué cuestiones sociales pueden tener una mayor importancia en los intereses generales del Estado? Por encima de todo el bienestar del pueblo y la protección medioambiental – los cuales sólo pueden encontrar su verdadera garantía bajo la organización del Estado. En una sociedad meramente liberal, en cambio, quedaron fuera de sus “cuentas de mercado” una protección de la ecología y, mucho menos, una protección social del ciudadano. Ambos caerían víctimas de su espiral de explotación. Ellos sólo tendrían un espacio no ordenado, dependiente de la caridad, no del automatismo de una ordenación y en ello equivalente a la protección de un mendigo que depende de los 5 euros que le pueda dar como limosna alguna señora después de haber comprado en los grandes almacenes de moda.
Sólo
el Estado Nacional es el antídoto contra globalización. Una “buena” y “justa”
globalización, como siempre repiten los
“antiglobalización”, es una quimera. Es por ello que deberíamos rechazar
todas esas alternativas ilusorias y seductoramente de moda: Cuestiones como
“democracia directa” y “regionalismo” en el contexto del “anarquismo” son un
cuento de hadas. En el marco actual, contra la política local y regional
subsidiaria en el marco nacional y regional subsidiario en el marco del Estado
Nacional no hay absolutamente nada que objetar. Una supuesta respuesta a él
desde la “base multicolor” es una contradicción solo explicable en su
instrumentalización como punta de lanza contra el Estado en aras a una mejor
implantación del fenómeno de la globalización del Gran Capital. La promesa de
la autodeterminación de los pueblos en el marco de la supresión del Estado
Nacional y soberano es un fraude. En este aspecto, nosotros deberíamos tomar
siempre en el sentido de Niekisch, nuestra resistencia contra la
americanización global y de la imposición de un liberalismo capitalista
creciente en la determinación por constituir un Estado alemán nacional y
soberano.
[1] Armin Mohler. Die Konservative
Revolution in Deutschland 1918-1932.
[2] Wolfgang Herrmann. Der neue
Nationalismus und seine Literatur.
[3] DT.
Herrschaftsverhältisse.
[4]
Berufsständisch es una palabra para la que la única traducción que he
encontrado es “gremial”, pero esta es incorrecta. El berufständische Ordnung
(orden “gremial”) es un tipo de gobierno desarrollado por un teólogo llamado
Johannes Messner que al parecer significaría la superación de la sociedad de
clases planteada por el marxismo. Del libro de Jürgen Schwab: Volksstaat stalt Weltherrschaft. Das Volk-
Mab aller Dinge. Hohenrain-Verlag, Tübingen 2002.
[5] Zitiert nach Friedrich Kabermann:
Widerstand und Entscheidung eines deutschen Revolutionärs. Leben und Denken von
Ernst Niekisch. Verlag Siegfried Bublies. Koblenz 1993, S.42.
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