"Voy a hablar de lo que tengo
sobre el corazón, salga como saliere. Advierto que no soy orador:
pero a nadie mejor que a jóvenes socialistas me parece grato ofrecer
esta doncellez de mi palabra. Se me ha invitado a dar una
conferencia anticlerical y sobre esto tengo que hacer alguna leve
observación. Vivimos en una época negativa española. Todos somos
anti-algo. Cada cual parece esforzarse en delinear su fisionomía
intelectual, su postura política por medio de la negación del
vecino: yo soy lo contrario que mi vecino. Bien, pero esto es una
pura negación: y una negación no es nada. Con decir que una cosa no
es blanca nos quedamos sin saber que es la cosa. Yo soy lo contrario
de mi vecino: pero mi vecino, ¿qué es? Es lo contrario que yo. Como
veis, siendo anti-algo no se llega nunca a ser algo. Con marcar
nuestras diferencias no logramos nada: un famoso filósofo observaba
que las diferencias son sólo los límites de las cosas, no las cosas
mismas. Yo creo que un hombre que fuera propietario de todas las
lindes que separan unas de otras las haciendas rurales de España, no
sacaría de su posesión rentas suficientes para pagarse siquiera el
tabaco.
El hecho de haber aceptado tomar parte
en estas conferencias es la más plena aprobación que puedo dar de
su sentido. Está bien, pues, que seamos anti-clericales pero yo os
hago notar que a su vez los clericales carecen de contenido positivo:
los clericales son los anti-masones, los anti-socialistas, los
anti-científicos, los anti-morales, los anti-demócratas, los
anti-nosotros. El clericalismo, señalándonos, dice: Voilà
l´ennemi. Con decir anti-clericales decimos, pues, solamente que
somos enemigos de nuestros enemigos. Y esto es demasiado evidente
para que con ello adelantemos mucho.
Quisiera acentuar, aun aprobando
completamente, repito, el sentido de estas conferencias, que de lo
que menos debemos preocuparnos es de ser anticlericales o
antimonárquicos o antiburgueses: es preciso que antes trabajemos por
hacernos nosotros, por enriquecer nuestro espíritu, por hacer
poderosa y enérgica nuestra fisionomía. No somos sólo enemigos de
nuestros enemigos: sería convertir al mundo en una negación. De
esto es de lo que protesto: socialismo, la palabra más grave y
noble, la palabra divina del vocabulario moral moderno, no puede
significar solo una negación. Perdonad si entro en fervor excesivo,
pero es que el socialismo no es para mi un vocablo aprendido, como
suelen serlo los términos científicos, no es algo externo a mí y
que pueda yo poner o quitar de mi espíritu. Para mí, socialismo es
la palabra nueva, la palabra de comunión y de comunidad, la palabra
eucarística que simboliza todas las virtudes novísimas y fecundas,
todas las afirmaciones y todas las construcciones. Para mí,
socialismo y humanidad son dos voces sinónimas, son dos gritos
varios para una misma y suprema idea , y cuando se pronuncian con
vigor y convicción, el Dios se hace carne y habita entre los
hombres.
Para mí, socialismo es cultura. Y
cultura es cultivo, construcción. Y cultivo, construcción, son paz.
El socialismo es el constructor de la gran paz sobre la tierra. ¿Cómo
no he de trabajar para que el socialismo deje de significar
principalmente enemistad, negación, lucha? No, no; los socialistas
no somos sólo enemigos de nuestros enemigos, no somos un principio
de enemistad. Somos, antes que esto y más que esto, amigos de
nuestros amigos; tenemos un ideal de ubres inagotables en torno al
cual se agrupan, se aúnan comulgan, comunican y se socializan los
hombres; antes que nada y más que nada , somos un principio de
amistad.
Yo no sé si esto os extraña: a
vosotros se os ha enseñado que la fórmula central del socialismo es
la lucha de clases. Por ello yo no estoy afiliado a vuestro partido,
aún siendo mi corazón hermano del vuestro. Sólo un adjetivo nos
separa: vosotros, sois socialistas marxistas; yo, no soy marxista".
Con estas palabras se dirigía José
Ortega y Gasset a las juventudes en una conferencia en la Casa del
Partido Socialista madrileño, el 2 de Diciembre de 1909. De ellas
pueden extraerse dos conclusiones importantes: la primera, que
ninguna corriente de pensamiento político será fecunda si basa su
ideario en la enemistad, aunque entre los objetivos de dicha
corriente se incluyan cambios que se oponen totalmente al sistema que
se desea cambiar. La segunda, que el socialismo es la única doctrina
con el suficiente ímpetu sanador para lograr construir una sociedad
más justa, que es sin duda el objetivo más noble al que se puede
aspirar. La justicia ha de servir como elemento de comunión entre
los hombres, y comunión significa paz; ahora bien, bajo ciertas
circunstancias la única manera de encontrar la anhelada justicia
exige de ciertos sacrificios. Ningún sistema se ha implantado a lo
largo de los siglos sin la intervención de las armas.
Las acciones de cualquier índole, sin
embargo, requieren de un principio que las mueva, la cuestión
fundamental reside en saber si dicho principio justificará los
medios que se utilicen para alcanzarlo.
Cada individuo se ve necesariamente
afectado por las circunstancias de la nación a la que pertenece, por
ello su involucración en las cuestiones de Estado mediante la
política es una consecuencia lógica. Este proceso desemboca
inequívocamente en el patriotismo, no en aquél del que alardean
tendencias derechistas para ahondar las diferencias entre clases,
sino ese al que el mismo filósofo se refería al afirmar: "el
patriotismo verdadero es la crítica de la tierra de los padres y
construcción de la tierra de los hijos".
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