Sabes bien, frente a los rumores circulados estos días, que no aspiro a una plaza en la jefatura del fascio, que asoma. Mi vocación de estudiante es de las que peor se compaginan con las de caudillo. Pero como a estudiante que ha dedicado algunas horas a meditar el fenómeno, me duele que ABC tu admirable diario despache su preocupación por el fascismo con sólo unas frases desabridas, en las que parece entenderlo de manera superficial. Pido un asilo en las columnas del propio ABC para intentar algunas precisiones. Porque, justamente, lo que menos importa en el movimiento que ahora anuncia en Europa su pleamar, es la táctica de fuerza (meramente adjetiva, circunstancial acaso, en algunos países innecesaria), mientras que merece más penetrante estudio el profundo pensamiento que lo informa.
El fascismo no es una táctica -la violencia-. Es una idea -la unidad-. Frente al marxismo, que afirma como dogma la lucha de clases, y frente al liberalismo, que exige como mecánica la lucha de partidos, el fascismo sostiene que hay algo sobre los partidos y sobre las clases, algo de naturaleza permanente, trascendente, la unidad histórica, llamada patria. La patria, que no es meramente el territorio donde se despedazan -aunque solo sea con las armas de la injuria- varios partidos rivales ganosos todos del Poder. Ni el campo indiferente en el que se desarrolla la eterna pugna entre una burguesía que trata de explotar a un proletariado y un proletariado que trata de tiranizar a una burguesía. Sino la unidad entrañable de todos al servicio de una misión histórica, de un supremo destino común, que asigna a cada cual su tarea, sus derechos y sus sacrificios.
En un Estado fascista no triunfa la clase mas fuerte ni el partido mas numeroso -que no por ser mas numeroso ha de tener siempre razón; aunque otra cosa diga un sufragismo estúpido-, triunfa el principio ordenador común a todos, el pensamiento nacional constante, del que el Estado es órgano.
El Estado liberal no cree en nada, ni siquiera en sí propio. Asiste con los brazos cruzados a todo género de experimentos, incluso los encaminados a la destrucción del Estado mismo. Le basta con que todo se desarrolle según ciertos trámites reglamentarios. Por ejemplo: para un criterio liberal puede predicarse la inmoralidad, el antipatriotismo, la rebelión... En eso el Estado no se mete porque ha de admitir que a lo mejor están en lo cierto los predicadores. Ahora, eso sí: lo que el Estado liberal no consiente es que se celebre un mitin sin anunciarle con tantas horas de anticipación, o que se deje de enviar tres ejemplares de un reglamento a sellar en tal oficina. ¿Puede imaginarse nada mas tonto? Un Estado para el que nada es verdad, solo exige en absoluta , indiscutible verdad, esa posición de duda. Hace dogma del antidogma. De ahí que los liberales estén dispuestos a dejarse matar por sostener que ninguna idea vale la pena de que los hombres se maten.
Han pasado las horas de esa actitud estéril. Hay que creer en algo para hacer algo.
¿Cuándo se ha llegado a nada en actitud liberal? Yo, francamente, sólo conozco ejemplos fecundos de política creyente, en un sentido o en otro. Cuando un Estado se deja ganar por la convicción de que nada es bueno ni malo, y de que sólo le incumbe una misión de policía, ese Estado perece al primer soplo encendido de fe, en unas elecciones municipales.
¿Cuándo se ha llegado a nada en actitud liberal? Yo, francamente, sólo conozco ejemplos fecundos de política creyente, en un sentido o en otro. Cuando un Estado se deja ganar por la convicción de que nada es bueno ni malo, y de que sólo le incumbe una misión de policía, ese Estado perece al primer soplo encendido de fe, en unas elecciones municipales.
Para encender una fe, no de derecha (que en el fondo aspira a conservarlo todo, hasta lo injusto); ni de izquierda (que en el fondo aspira a destruirlo todo, hasta lo bueno); sino una fe colectiva, integradora, nacional, ha nacido el fascismo. En su fe reside su fecundidad, contra la que no podrán nada las persecuciones. Bien lo saben quienes medran con la discordia. Por eso no se atreven sino con calumnias. Tratan de presentarlo a los obreros como un movimiento de señoritos, cuando no hay nada mas lejano del señorito ocioso, convidado a una vida en la que no se cumple ninguna función, que el ciudadano del Estado fascista, a quien no se reconoce ningún derecho sino en razón del servicio que presta desde su sitio. Si algo merece de veras llamarse un Estado de trabajadores, es el Estado fascista. Por eso, en el Estado fascista -y ya lo llegarán a saber los obreros, le pese a quien le pese- los Sindicatos de trabajadores se elevan a la directa dignidad de órganos del Estado.
En fin, cierro esta carta, no con un saludo romano, sino con un abrazo español. Vaya con él mi voto por que tu espíritu, tan propicio al noble apasionamiento, y tan opuesto, por naturaleza, al clima soso y frío del liberalismo, que en nada cree, se encienda en la llama de esta nueva fe civil, capaz de depararnos fuerte, laboriosa y unida, una grande España.
José Antonio Primo de Rivera.”
José Antonio Primo de Rivera.”
Extraído por CET de: "Hacia la historia de la Falange".
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