- Circulo de Estudios Tercerposicionistas: febrero 2015
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sábado, 21 de febrero de 2015

La economía en la cosmovisión nacionalsocialista

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INTRODUCCIÓN

La presente, es una de las obras editadas por el N.S.D.A.P.[1] en el curso del año 1934, destinadas a explicar, en sus líneas esenciales, la política económica del III Reich durante la primera etapa revolucionaria. Rampa de lanzamiento de la gran Revolución Nacionalsocialista, este proceso habría de culminar con la propiedad comunitaria de los medios de producción, lo cual implicaba, la extirpación definitiva del parasitismo burgués capitalista, y la consecuente desaparición del proletariado como clase económica. De esta manera, el proletario, mero asalariado, subesclavo de la empresa capitalista del régimen burgués, ascendía al rango de productor de la empresa comunitaria del Orden Social Natural[2].

Para aquellos que, por desconocimiento o por mala fe o por ambas cosas a la vez, le niegan al Nacionalsocialismo su esencia y carácter revolucionario, que una revolución no consiste simplemente en un cambio de estructuras ni en un golpe de estado. Se trata, pues, del restablecimiento del Orden Social Natural mediante la restauración del Estado en sus funciones comunitarias.

En conformidad con los principios rectores de la ciencia política, el nacionalsocialismo restauró al Estado en sus funciones específicas al convertirlo en órgano unitario de mando y de síntesis de todas las fuerzas operantes del cuerpo social, y restableció, el Orden Natural, al estructurar orgánicamente a la comunidad, conforme a sus exigencias históricas y funcionales.

En lo económico social, razones de orden táctico, también exigían proceder por etapas. En efecto, Alemania en vías de reconstrucción y ante la amenaza latente de guerra por parte de sus enemigos tradicionales y eventuales, debía mantener no sólo un alto nivel de producción, sino también, la unidad del frente interno, lo cual hubiese sido imposible de lograr, con los conflictos sociales que los cambios radicales producen. Como podemos observar, se trató de evitar los peligros de una revolución brutal en la estructura económica, en tanto las circunstancias políticas no lo permitiesen.

No obstante, el régimen: a) concretó la creación y federación de empresas comunitarias[3] b) eliminó el chantaje[4] capitalista que el patronato ejercía; c) exigió de las corporaciones constituidas por la conjunción de la asociación patronal y del sindicato obrero de una misma rama de la producción el respeto del plan económico comunitario y el mantenimiento de la paz social; d) retuvo en forma de impuestos la plusvalía, hasta entonces acaparada por los capitalistas, y la utiliza con miras al bien común, particularmente en favor de los trabajadores menos favorecidos con relación a los demás estamentos de la población.

Los detentadores del capital pierden su poderío, y ven sus utilidades reducidas al legítimo interés de su dinero; e) los jefes de empresa en lugar de seguir siendo los apoderados de los dueños de los instrumentos de la producción, recuperan su autoridad natural, al mismo tiempo que su papel de productores; f) los trabajadores participan en las decisiones que les incumben y fiscalizan las condiciones de trabajo; g) la plusvalía va a la comunidad y no a los bolsillos del burgués; h) la producción es regulada en función de las necesidades reales del consumo y no del lucro, o sea, de la renta del capital;

A los pocos meses de asumir el poder, la política económica Nacionalsocialista comienza a transformar el panorama sombrío que ofrecía Alemania, sometida por el tratado de Versalles. El número de desocupados se reduce en menos de un año, en un 54% aumenta el índice general de la producción; se eleva notoriamente el nivel de vida; se reducen las importaciones, se desarrolla la industria...

Como podemos observar, la revolución Nacionalsocialista, no fue la “reacción del capitalismo en crisis” sino la causa de la crisis del capitalismo. Esta es la razón por la que los dos tentáculos de éste, el capitalismo liberal individualista, y el capitalismo marxista, dirigidos por la Internacional Aurea, demostrando una vez más sus comunes orígenes, se coaligaron para aniquilar un régimen cuyas estructuras socioeconómicas, no permitían el ejercicio del poder político del dinero. La abolición de la esclavitud del interés, uno de los conceptos medulares de la doctrina Nacionalsocialista, se convierte en el antídoto del veneno judío. La usura, fuente de vida del capitalismo, razón de ser del hebreo, asistía a su propio funeral[5]: las estructuras patológicas de la plutocracia, eran arrasadas. La onda expansiva del Nuevo Orden Revolucionario, surgido de la síntesis entre el Nacionalismo y el Socialismo, se propagaba por los pueblos de Europa, en tanto que las demoplutocracias reaccionarias veían peligrar su reinado.


[1] Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores.
[2] Cuando el orden, armonía dinámica de un conjunto social, surge de la adecuación de las estructuras a las exigencias naturales e históricas de su afirmación, estamos entonces, ante una comunidad orgánicamente estructurada. Esto es: Orden Social Natural.
[3] Es decir, la empresa considerada como una comunidad jerarquizada de Productores diversamente especializados, liberados del yugo burgués que somete a los productores, reduciéndolo a la condición de asalariados. Integrada orgánicamente dentro de la estructura económica comunitaria cumple con su específica función de servir a la comunidad y no a los intereses espurios ni de las sociedades anónimas, ni de usurpador alguno.
[4] El advenimiento al poder del capitalismo liberal individualista en 1789, arrasa con el concepto de la propiedad individual y familiar sustentado en el taller artesanal sustituyéndolo por el nuevo concepto individualista de la propiedad, fundada en el chantaje capitalista, que puede expresarse de esta forma: “yo tengo la máquina por mi capacidad económica; Uds., los trabajadores, aportan su inteligencia, esfuerzo físico, conocimiento, técnica, todo lo inherente al trabajo. Sin ustedes no hay producción posible, por esto, yo les pago un salario para que puedan sobrevivir y no morir de hambre. Sepan además, que el único dueño de la fábrica y de los medios de producción, soy yo, el patrón. Y si no les gusta mi propuesta, vayan a otra fábrica”. Allí serán nuevamente chantajeados.

Este es el fundamento del robo capitalista que hace de la empresa su propiedad individual, cuando debería ser una organización necesariamente comunitaria. Esta desnaturalización patológica, no se produce solo en el régimen capitalista liberal individualista, sino también en el capitalismo estatal marxista, pues ambos, que proceden de una misma fuente, “no son ideologías antinómicas son etapas de un mismo proceso”. En el capitalismo de Estado, los obreros de una empresa, no tienen acceso ni a la propiedad ni a la dirección de la misma, pues todo le pertenece al Estado, único patrón. Por esto, el trabajador, dentro de este régimen, sigue siendo un proletario, un asalariado del estado, y el estado, sigue siendo burgués capitalista.Como podemos observar, no hay nada más antisocialista, que el tan publicitado “socialismo marxista”.
[5] En efecto, la usura, condenada con la pena máxima durante toda la Edad Media, y legalizada por la subversión burguesa de 1789 a través del primer Decreto del Ministerio de Hacienda, volvió a ser objeto de la misma pena después de 1933 en Alemania, con la Revolución Nacionalsocialista.

sábado, 14 de febrero de 2015

CARTAS ABIERTAS ACERCA DEL FASCISMO


El marques de Estella nos ruega la publicación de la siguiente:

"A Juan Ignacio Luca de Tena:

Sabes bien, frente a los rumores circulados estos días, que no aspiro a una plaza en la jefatura del fascio, que asoma. Mi vocación de estudiante es de las que peor se compaginan con las de caudillo. Pero como a estudiante que ha dedicado algunas horas a meditar el fenómeno, me duele que ABC tu admirable diario despache su preocupación por el fascismo con sólo unas frases desabridas, en las que parece entenderlo de manera superficial. Pido un asilo en las columnas del propio ABC para intentar algunas precisiones. Porque, justamente, lo que menos importa en el movimiento que ahora anuncia en Europa su pleamar, es la táctica de fuerza (meramente adjetiva, circunstancial acaso, en algunos países innecesaria), mientras que merece más penetrante estudio el profundo pensamiento que lo informa.

El fascismo no es una táctica -la violencia-. Es una idea -la unidad-. Frente al marxismo, que afirma como dogma la lucha de clases, y frente al liberalismo, que exige como mecánica la lucha de partidos, el fascismo sostiene que hay algo sobre los partidos y sobre las clases, algo de naturaleza permanente, trascendente, la unidad histórica, llamada patria. La patria, que no es meramente el territorio donde se despedazan -aunque solo sea con las armas de la injuria- varios partidos rivales ganosos todos del Poder. Ni el campo indiferente en el que se desarrolla la eterna pugna entre una burguesía que trata de explotar a un proletariado y un proletariado que trata de tiranizar a una burguesía. Sino la unidad entrañable de todos al servicio de una misión histórica, de un supremo destino común, que asigna a cada cual su tarea, sus derechos y sus sacrificios.

En un Estado fascista no triunfa la clase mas fuerte ni el partido mas numeroso -que no por ser mas numeroso ha de tener siempre razón; aunque otra cosa diga un sufragismo estúpido-, triunfa el principio ordenador común a todos, el pensamiento nacional constante, del que el Estado es órgano.

El Estado liberal no cree en nada, ni siquiera en sí propio. Asiste con los brazos cruzados a todo género de experimentos, incluso los encaminados a la destrucción del Estado mismo. Le basta con que todo se desarrolle según ciertos trámites reglamentarios. Por ejemplo: para un criterio liberal puede predicarse la inmoralidad, el antipatriotismo, la rebelión... En eso el Estado no se mete porque ha de admitir que a lo mejor están en lo cierto los predicadores. Ahora, eso sí: lo que el Estado liberal no consiente es que se celebre un mitin sin anunciarle con tantas horas de anticipación, o que se deje de enviar tres ejemplares de un reglamento a sellar en tal oficina. ¿Puede imaginarse nada mas tonto? Un Estado para el que nada es verdad, solo exige en absoluta , indiscutible verdad, esa posición de duda. Hace dogma del antidogma. De ahí que los liberales estén dispuestos a dejarse matar por sostener que ninguna idea vale la pena de que los hombres se maten.

Han pasado las horas de esa actitud estéril. Hay que creer en algo para hacer algo. 

¿Cuándo se ha llegado a nada en actitud liberal? Yo, francamente, sólo conozco ejemplos fecundos de política creyente, en un sentido o en otro. Cuando un Estado se deja ganar por la convicción de que nada es bueno ni malo, y de que sólo le incumbe una misión de policía, ese Estado perece al primer soplo encendido de fe, en unas elecciones municipales.

Para encender una fe, no de derecha (que en el fondo aspira a conservarlo todo, hasta lo injusto); ni de izquierda (que en el fondo aspira a destruirlo todo, hasta lo bueno); sino una fe colectiva, integradora, nacional, ha nacido el fascismo. En su fe reside su fecundidad, contra la que no podrán nada las persecuciones. Bien lo saben quienes medran con la discordia. Por eso no se atreven sino con calumnias. Tratan de presentarlo a los obreros como un movimiento de señoritos, cuando no hay nada mas lejano del señorito ocioso, convidado a una vida en la que no se cumple ninguna función, que el ciudadano del Estado fascista, a quien no se reconoce ningún derecho sino en razón del servicio que presta desde su sitio. Si algo merece de veras llamarse un Estado de trabajadores, es el Estado fascista. Por eso, en el Estado fascista -y ya lo llegarán a saber los obreros, le pese a quien le pese- los Sindicatos de trabajadores se elevan a la directa dignidad de órganos del Estado.

En fin, cierro esta carta, no con un saludo romano, sino con un abrazo español. Vaya con él mi voto por que tu espíritu, tan propicio al noble apasionamiento, y tan opuesto, por naturaleza, al clima soso y frío del liberalismo, que en nada cree, se encienda en la llama de esta nueva fe civil, capaz de depararnos fuerte, laboriosa y unida, una grande España.

José Antonio Primo de Rivera.

Extraído por CET de: "Hacia la historia de la Falange".