- Circulo de Estudios Tercerposicionistas: abril 2014
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lunes, 28 de abril de 2014

Ramiro Ledesma Ramos: Primera digresión acerca del signo revolucionario de las juventudes


1. LA PRESENCIA DE LAS JUVENTUDES

Hubo en la Grecia clásica un historiador que no hablaba en sus libros sino de hechos contemporáneos. Creía sinceramente, con ingenuidad magnífica, que en tiempos pasados, en épocas anteriores, no había acontecido en el mundo nada que fuese digno de mención histórica. La historia comenzaba, pues, con su tiempo, y las primeras páginas de ella habían de corresponder a los sucesos de más relieve que se ofrecían ante su vista. Por ejemplo, las Guerras del Peloponeso.

Pues bien, este libro, que naturalmente va a consistir en el propósito de interpretar la profunda realidad de España y su inmediato futuro bajo el signo histórico de las juventudes nacionales, tiene que examinar un fenómeno parecido a ese ejemplo clásico, y que va a servirnos para identificar la presencia verdadera de esa nueva fuerza motriz de la historia que son las juventudes.

Hay operante una conciencia juvenil cuando esta tiene de sí misma una idea en cierto modo mesiánica. Es decir, cuando en realidad cree que su presencia vigorosa en la historia coincide con las horas finales de un proceso agónico de descomposición y de crisis. Cuando, en una palabra, como el griego, antes que ella no ve sino algo caótico y sombrío. Advierte entonces la conciencia de las juventudes que su mera presencia, su sola aparición, significa ya una posibilidad de salvación y de grandeza, una aurora para el mundo.

Repetidas veces, quizá la mayor parte de las veces, esa creencia, esa valoración y estimación de su propio destino que tienen las juventudes, es un desplante ilusorio, se resuelve en pura irrealidad, sin misión concreta a que adscribirse. Son las épocas y los momentos en que la presencia de las juventudes como tales es apenas perceptible. Los hombres no se detienen apenas en la juventud, y pasan rápidamente de la adolescencia infantil a la madurez. Pero entrar en la madurez, formar socialmente en ella, equivale a incrustarse en su sistema, en su ordenación. Es decir, equivale a encontrar aceptable las formas vigentes y colaborar en su destino histórico, en la tarea de procurarle una permanencia más amplia.

2. ÉPOCAS CONSERVADORAS Y ÉPOCAS REVOLUCIONARIAS

Se trata entonces de épocas conservadoras y tranquilas. Las juventudes apenas si existen, pues fácil y rápidamente son reabsorbidas sin dificultad por las tareas normales con que el mundo anda preocupado cuando ellas aparecen. Son los momentos culminantes de los imperios, ya teniendo sin embargo a la vista las decadencias lentas que los suceden. Así en la Roma de Augusto. Así en la España de mediados de siglo XVI y el largo y angustioso proceso de descomposición posterior. Así la hora actual de Inglaterra. Así casi todo el siglo XIX mundial.

El espíritu y la misión de las juventudes son entonces camuflado, o bien declarado perturbador, estridente y demoniaco. Aparece quizá en rebeldías individuales y se resuelve en romanticismo literario, o si adopta formas políticas, en un anarquismo inane.

Pero puede acontecer que esa conciencia mesiánica de las juventudes a que nos hemos referido se robustezca y se desborde de un modo arrollador cuando, en efecto, su presencia coincida de veras con una coyuntura histórica, de tal descomposición, que la aparición vigorosa de las juventudes equivalga a una fuerza motriz avasalladoramente fértil.

Esto ocurre y sucede de hecho en las épocas de transformación, en las épocas revolucionarias, aquellas en las cuales el mundo logra ahogar la hidra de un proceso de descomposición o de angustia y dar paso a un orden nuevo. Son épocas de invención y de conquista. Épocas creadoras, que descorren el telón y descubren para los pueblos los nuevos caminos que la historia les ofrece.

Pues bien, el sujeto histórico de tales momentos, el brazo impulsor y realizador de ellos es lo que denominamos la conciencia operante de las juventudes. Y en la medida en que éstas influyen y sostienen con lo que les es peculiar, es decir, con espíritu de sacrificio, pureza, ímpetu y esfuerzo, las instituciones y formas del nuevo sistema, en esa medida la coyuntura histórica realiza y cumple su misión, resolviéndose en metas de plenitud, o bien retrocediendo y falseando su sentido.

El hecho de que el mundo, y sobre todo los pueblos europeos que son en realidad su expresión más fiel, se encuentre hoy bajo el signo de una coyuntura de ésas, en la que las juventudes aparecen con plena conciencia mesiánica, autosugestionadas y auto sobreestimadas, hace que semejante fenómeno atraviese una zona de claridad y se nos ofrezca de veras comprensible. (Yo mismo me encuentro en la riada, y es así, dentro de ella, como se me presenta el hecho en todo su íntegro volumen.)

3. LA CONCIENCIA MESIÁNICA DE LAS JUVENTUDES

Al convertirse las juventudes en sujeto primordial de la historia, la época adopta necesariamente perfiles revolucionarios. Las grandes revoluciones han tenido lugar y se han efectuado en tales horas, lo mismo si son de índole religiosa que si son de carácter económico y político.

Naturalmente el hecho de las juventudes, el concepto de «lo joven», es desde luego elástico y flexible, sobre todo si queremos referirnos a él en la forma que lo hacemos. Antes aludimos a las épocas por esencias conservadoras y tranquilas, en las que realmente la etapa juvenil del hombre es de suma fugacidad, un relampagueante episodio de la existencia. Pero al contrario, en las épocas en que se operan grandes transformaciones y se proyectan sobre los pueblos con éxito las grandes consignas de índole revolucionaria, el primer hecho social que surge es que el «proceso de duración» de la juventud se estira y amplia de modo considerable.

Entonces puede decirse que el hombre es «joven» durante más tiempo, esto es, vive las apetencias, las emociones, las inquietudes y las angustias de la juventud un período de tiempo más largo. Y es que al pasar las juventudes a ser la fuerza motriz decisiva, al convertirse en sujeto creador, su misión, que en otras épocas parece casi inexistente como tal, se agiganta y dilata de un modo extraordinario, ya que es de hecho la misión misma de la humanidad en aquella hora. Una función así, una tarea así, no puede recaer sobre fuerzas sociales de fugacísima vigencia, sino sobre períodos más dilatados de la vida del hombre. Así ocurre que a los efectos de su mentalidad, sus costumbres, su forma de vida, sus inquietudes, en épocas y momentos como aquellos a que nos referimos, el hombre se considera y es de hecho «joven» hasta los cincuenta y más años.

A esas edades sigue sin incrustarse de un modo definitivo en el orden vigente, se considera enrolado aún entre los que buscan y se afanan por el hallazgo de formas políticas, económicas o religiosas provistas de las eficacias por las que él suspira. Es en definitiva un descontento, un desplazado, un insatisfecho. Es asimismo, naturalmente en su grado histórico más fértil, un soldado de la revolución que en esas épocas se produce y tiene lugar siempre de un modo victorioso.

Esas son las gentes que constituyen el nervio de las grandes revoluciones y que de una manera u otra tiene a su cargo el papel de nutrir su predominio militar, la misión histórica de promover en el mundo los cambios y los virajes gigantescos que se producen. Son las falanges revolucionarias de Julio César, que vencen a las oligarquías podridas de la república romana e instauran el Imperio en nombre de las grandes masas. Son los conquistadores españoles del siglo XVI, analfabetos y hambrientos, y los que se alistan en aquellos famosos tercios que bajo Carlos V afirman el poderío español en Europa. Son las tropas bonapartistas que imponen en toda Europa los postulados de la revolución francesa. Y son, por último, hoy, los actores decisivos, no ya en el orden de la ejecución y del servicio, sino totalitariamente, extrayendo de sí, y sólo de sí, caudillos, normas, instituciones y metas históricas propias.

4. ANTE UNA COYUNTURA SUBVERSIVA

Pues atraviesa, repito, el mundo en esta hora actual un momento que responde exactamente a las características que aquí aparecen. Hoy, en efecto, están agudizados los perfiles que denuncian en casi toda el área mundial la presencia efectiva de una conciencia juvenil operante, provista de una absoluta fe de carácter mesiánico en sus propios destinos. Por eso estamos de hecho en una caldeada atmósfera revolucionaria, de tal temple y poder que, ante las miradas atónitas de muchos, colaboran en el signo revolucionario y subversivo incluso cierto linaje de actitudes que hasta aquí integraban, quizá, el tronco ideal del conservadurismo más pétreo.

Un análisis ligerísimo de los hechos que hoy acontecen, corrobora de un modo absoluto la veracidad de nuestros juicios. La presencia de las juventudes llena en efecto la actualidad mundial. Ahí está por todas partes su problema, y ahí está visible ese rasgo dilatorio de la duración de lo «juvenil», que antes hemos mostrado como propio y característico de las coyunturas históricas de signo revolucionario y subversivo.

Desde hace más de quince años, pongamos desde finales de la Gran Guerra, viene advirtiéndose una movilización de las juventudes, las cuales, a la vez que adquirían volumen y relieve, se han ido resumiendo y polarizando en empresas de orden muy vario según las circunstancias, pero siempre dejando tras de sí una estela de transformaciones, más o menos fallidas, que han dado y dan aún al mundo una sensación profundamente revolucionaria.

5. LA INSOLIDARIDAD DE LAS JUVENTUDES

Las juventudes, en efecto, a la par que se dilata más su proporción numérica, ya que alcanzan un período mayor de la vida humana, y por ello mismo quizá, se notan cada día más desplazadas y lejanas de toda posibilidad de servicio y de dependencia al orden y al sistema que hallan en estado de vigencia. Y ello por una razón doble: frecuentemente ocurre que no hay sitio para las juventudes, que no se les acepta con facilidad, y que su primera impresión por tanto consiste en la angustia de verse sin solicitaciones justas, casi en un papel de residuo histórico. Pero hay también una razón distinta: las juventudes se sienten dominadas por cierta ingénita repugnancia a los huecos sociales que se le tienen reservados, y tras un período de perplejidad y de orientación crítica, haciéndose cargo unas veces de las tareas que se le asignan, y otras en franca rebeldía y aventura, se instalan y enrolan en la subversión más sugestiva que tengan delante.

Un hecho así, un proceso así, tiene hoy rango y carácter de acontecimiento mundial. Desarrollado y culminante en unos pueblos, naciente con más timidez en otros, pero constituyendo sin ninguna duda la fuerza impulsora más decisiva de la época.

En tal situación, las juventudes abordan la realidad fundamental de su existencia. Entran en línea de combate. Pues difícilmente su problema puede ser resuelto de otro modo que con la decisión firmísima de abrirse paso. Se dan cuenta de que han llegado a un mundo repelente, defectuoso y hundido en cien miserias. Pero ellas no forman parte de él, están a extramuros, y precisamente con un bagaje irrenunciable y valiosísimo: su vitalidad, su ímpetu. Y sobre todo su inmunidad para toda depresión o solución de tipo pesimista. Pues ocurre, en efecto, que en tal coyuntura las juventudes se encuentran de verdad entre la pared y la espada: repelen el orden y el sistema vigente, pero a la par de eso tienen cerrada toda salida pesimista, toda renunciación. Es su hora en la historia, y ésta les veda retroceder ante su propio destino.

Por eso las juventudes que alcanzan a vivir una plena conciencia de carácter mesiánico, tras de la desazón y la angustia contra las formas vigentes, entran de lleno en una actitud revolucionaria, de servicio a las trasmutaciones sociales, políticas o religiosas que en épocas tales estén llamadas a surgir.

Las épocas revolucionarias, y la actual lo es en más alto grado que ninguna, comienzan a revelarse por los síntomas que estamos precisamente destacando aquí. Las juventudes se encaran con el panorama que se les ofrece, y lo hacen con arreglo a normas del perfil clásico más puro. Creen en sí mismas, en lo positivo y fértil de su presencia, a la vez que desvalorizan y subestiman lo anterior a ellas, aquello que vienen a hundir en las tinieblas. Y es así como el proceso subversivo culmina. El despego de las juventudes hacia la orden del día universal que encuentran dictada se hace notorio en todos los órdenes.

La significación de todo ello es clara: los valores preeminentes de carácter cultural, económico y político aparecen ante las juventudes desprovistos de luminosidad. Son valores falsos, que no merecen respeto alguno, y que cumplen a sus ojos el papel de meras apariencias de virtud al servicio de realidades degradadas. De hecho se rebelan contra el tipo de vida cenagosa y mediocre que se les ofrece. Y naturalmente, rechazan las tareas a que los viejos grupos, rectores de las formas aún en pie, parecen destinarlas.

6. NI CRISIS MORAL, NI CORRUPCIÓN, NI AVENTURERISMO

Y es digno de notarse un fenómeno que acompaña a esa actitud hostil de las juventudes. Con gran frecuencia se presentan éstas bajo un signo moralmente depresivo, es decir, rodeadas de atributos sospechosos de corrupción y de impureza. Es lo que entonces se denomina, desde la vertiente anti juvenil y anti histórica, «crisis moral de la juventud». Quizá las juventudes en efecto se inclinan a la realización de un tipo de vida que para «los otros», para los representantes de las formas estáticas, es puro cinismo aventurero, pura corrupción, pura huida o fuga ante el deber y la dificultad de ser laboriosas, disciplinadas y obedientes.

Pero eso no es sino otro de los síntomas del viraje histórico, de la ruptura que va a ser efectuada por las revoluciones. Esa supuesta corrupción es simple ignorancia y simple ceguera para determinadas normas inhibitorias. No se parece, pues, en nada a la corrupción y a la mendacidad verdaderas, propias de quienes «trasgreden» normas morales, no sólo no ajenas a ellos, sino creadas y forjadas por ellos mismos, o por lo menos presentadas por ellos como los pilares básicos sobre que descansa su concepción del mundo y de la vida.

Es, por tanto, falsa e injusta esa imputación que se les hace a las juventudes operantes, presentando como de origen impuro su resistencia a incrustarse en los sistemas ortodoxos que rigen a su llegada. Su despreocupación, su adscripción a formas desenvueltas, su quebranto de ciertos ritos, la misma aparente facilidad con que se entrega a los viejos poderes corruptores, todo ello no es ni equivale a la degradación moral absoluta con que generalmente es calificada.

Recusamos por inválida y errónea la propensión a juzgar el «desarraigo» de esas juventudes como un signo de depresión moral. Pues ocurre que carecen quizá de lo que puede llamarse el manojo de virtudes vigentes. Pero ello, junto a ese «desarraigo» de que hicimos mención, no excluye verlas caminar en pos de virtudes nuevas y verlas asimismo ligadas de una manera profunda a disciplinas de dimensión considerable. Adviértase que la ruptura revolucionaria en que viven las desprende de una dogmática antes de haber dado lugar a la creación de otra nueva y diferente. Las fuerzas motrices que actúan en tales épocas viven un interregno comprendido entre el momento de su desvío hacia las formas estáticas y su adscripción a una disciplina moral nueva. Con esto, y con lo que antes expuse acerca de cuáles son las características de la verdadera corrupción, creo quedará perfectamente claro cómo las juventudes no pueden ser calificadas de relajación ni de degradación porque realicen su función trasmutadora con arreglo a estilos de aparente signo aventurero. Hay evidentes diferencias entre un ladrón o atracador de caminos y un gobernante revolucionario que de acuerdo con su mito social despoja en determinados casos las fortunas privadas.

El carácter mesiánico, salvador, y el sentimiento de que su presencia en la historia acontece en la hora precisa para que no llegue a consumarse de modo irreparable la catástrofe, constituyen el basamento emocional de las juventudes. Hay tal caos en torno, hay tal ciénaga y tales injusticias a su vera, perciben todo ello con tal claridad, que la primera decisión de su ánimo es atribuirse el papel mesiánico de salvadores, de inauguradores de la historia, al estilo del historiador griego.

7. LA RUPTURA DEL «PROGRESO»

Así, las épocas revolucionarias no son en rigor épocas progresistas. No hay ni puede haber mito ni ilusión de progreso donde no hay afán alguno continuador, donde no hay servicio a valores preexistentes. No se trata entonces, como no se trata hoy, de progresar, sino de desgarrar el velo de las invenciones. Se va a la conquista de situaciones y formas de vida para escalar las cuales nunca es terreno firme la permanencia, ni siquiera transitoria, en lugares intermedios.

Son, por el contrario, los anchos procesos históricos de signo conservador los que se realizan y cumplen bajo una función de progreso, con una misión progresista. El progreso es hijo y producto de la colaboración, de la continuidad, precisamente las dos cosas que desaparecen y son negadas bajo el imperio de las juventudes triunfantes. Éstas rompen su solidaridad con el pasado más inmediato, es decir, se niegan de hecho a ir elaborando tareas ya iniciadas o a seguir timoneando la simbólica nave progresista.

Bien se habrá advertido cómo esta digresión descubre de hecho los perfiles de la época actual, aquella que está transcurriendo hoy mismo, y de la que somos todos, en un grado u otro, actores. En efecto, ningún fenómeno más notorio hoy que el de la dilatación sorprendente de la etapa juvenil del hombre, con todo el manojo de consecuencias de índole moral, económica y política que ello trae consigo. Las juventudes, dilatadas y amplificadas así, se reajustan más cada día a su misión y actúan como las representantes genuinas del momento histórico. Todo se rinde a ellas, y en todas partes, polarizando lo que hay de más brioso, heroico y fértil, señalan imperativas su camino, que es desde luego un camino revolucionario, enormemente trasmutador y subversivo. No hay país donde no hayan aparecido, y pocas, muy pocas, son las fortalezas que se le resisten. Pues claro que no se trata de movilizaciones juveniles, en el sentido parcial y fugacísimo que puedan darle a esa expresión este o aquel número de años, sino de algo que sobrepasa todo eso y alcanza la calidad de una acción histórica mucho más profunda que la que correspondería a un concepto estrecho y restringido de «lo juvenil». Las épocas revolucionarias ponen en circulación una mística de la juventud que se enlaza con lo más capital de su misión, que es ni más ni menos abrir paso a un mundo provisto de juventud, es decir, de vigor y de pureza.

viernes, 25 de abril de 2014

Algunas de las verdaderas causas de la II Guerra Mundial

Abolición del interés del dinero.

El economista alemán Gottfried Feder, en su obra Manifiesto para el quebrantamiento de la servidumbre del interés del dinero, dedicó un estudio específico al interés del dinero y por qué éste constituye un gran mal para un país. La tesis del préstamo a interés, afirma Feder, es “el invento diabólico del supracapitalismo”.

Sólo ella posibilita la indolente vida de zángano de una minoría de poderosos del dinero, a costa de los pueblos creadores y de su capacidad de trabajo; es ella quien ha llevado a la sociedad a vivir contrastes abismales. El quebrantamiento de la servidumbre del interés del dinero significa la restauración de la libre personalidad, la salvación del hombre de la esclavización. El capital prestamista es tan infinitamente superior frente a todo gran capital industrial (dedicado a producción), que las grandes potencias del dinero sólo pueden ser enfrentadas eficientemente mediante el quebrantamiento de la servidumbre del interés del capital prestamista.

Hjalmar Schacht (un masón y saboteador de los esfuerzos militares alemanes) fue uno de los principales encargados de alimentar al principio de los años 30, la inestabilidad que acabó haciendo caer a los sucesivos cancilleres alemanes hasta que Adolf Hitler asumió el cargo. Schacht obtuvo préstamos de los banqueros judíos Montagu, Mendelssohn, Wassermann, Warburg y de la Banca Morgan norteamericana.

Cuando Hitler afianzó el poder, y coincidiendo totalmente con Feder, rechazó las proposiciones de Schacht para que Alemania pidiera préstamos de extranjeros y le prohibió que continuara por ese camino. Le dijo que no quería que Alemania viviera de prestado; “los préstamos ataban al país; le coartaban su soberanía”.

Los créditos, además de que significan una carga de intereses, implican depender políticamente de fuerzas extrañas a la nación. Los intereses devoran la capacidad de ahorro de un pueblo.

Sustitución del “patrón-oro” por el “patrón-trabajo”.

“Hitler saludando a los obreros”

En el capitalismo financiero plutocrático, el capital produce la riqueza, pero en la economía del Tercer Reich, es el trabajo el medio que la produce.

La economía nacionalsocialista se desliga completamente del sistema monetario basado en el interés, la deuda, el dinero-fiat y el patrón-oro. Sólo se emite moneda para pagar un trabajo realizado. La moneda está respaldada por el trabajo y la riqueza real de la nación, no por cuestiones intangibles ni por recursos materiales que no existen en la práctica. La masa monetaria de un país debería ser exactamente igual a la riqueza real y tangible de dicho país. No puede ser que haya más dinero o menos dinero que bienes y servicios disponibles. Si el Estado desea crear crédito (dinero), antes debe crear riqueza.

Los beneficios producidos por las obras públicas costean su propia construcción. Por ende, las obras se pagan a sí mismas, y cada vez que se hace una obra, simplemente se crea dinero para pagar a los trabajadores y así aumenta la masa monetaria conforme al valor real de la obra. De este modo, el asunto de los impuestos sufriría una revolución total en un sistema económico nacionalsocialista: los impuestos podrían bajar muchísimo y hasta suprimirse del todo, lo cual era el objetivo final de los nacionalsocialistas.

El bien común antes que el propio.

Oswald Spengler afirmó que “Toda vida económica es la expresión de una vida psíquica… Una economía puede moldearse según el alma de una generación… La economía tiene un deber moral… Desde Adam Smith hasta Marx se utiliza un análisis eminentemente materialista… Tenemos una concepción nueva de la economía que está situada más allá del capitalismo y del marxismo.”

Por su parte Feder afirmaba: “Las finanzas deben estar al servicio de la comunidad. Los plutócratas no deben formar un Estado dentro del Estado. En el área de la política social nuestro principio debe ser: el bien general es la ley suprema.”

En plática con los obreros de la construcción, donde millones de cesantes estaban encontrando empleo, Hitler les decía: 

Yo juzgo a una economía desde el punto de vista del provecho que en la práctica proporciona al pueblo y no partiendo de una teoría. Así, si alguien nos dice: Miren, tengo una teoría económica maravillosa, debemos responderle: ¿Qué provecho se le puede sacar? Esto es lo decisivo. La teoría no debe interesar en modo alguno, nos debe interesar únicamente el provecho, pues las personas no están al servicio de la economía, sino la economía al servicio de las personas.

Adolf Hitler.